domingo, 25 de septiembre de 2011

Invencibles


Míranos bailando, que bellos, allí arriba, dónde nos sentimos invencibles, inmortales. Voy a hacer, como entonces, a fingir que conozco los pasos. Es sencillo, izquierda, derecha, izquierda, derecha, y nadie se dará cuenta de que no se bailar. Vamos a fingir que se lo que hago, que estos largos veinte años han servido para algo.
Venga, vamos a seguir adelante. Engañémonos, vamos a auto convencernos de que no hay humo. Aparentemos, simulemos, falseemos. La realidad es tan solo un muñeco de barro. Echaremos los dados al aire, y apostaremos a que saldremos tu y yo. Ganaremos millones. Porque así, juntos, mientras te acaricio los dedos de la mano, siento que soy capaz de todo.
Míranos bailando, que bellos, allí arriba. Dónde nos sentimos invencibles, protegidos, de todo, de todos, de nosotros mismos.

- Alfil a 8
- Pero Pedro, ¿qué dices? Si ni siquiera sabes cómo se juega al ajedrez.
- Cállate, que nadie se de cuenta.



martes, 13 de septiembre de 2011

Lo irracional.

Estaba tirado en su cama, desnudo, tapado solo a medias por una ligera sábana. Él le estaba mirando, sentado, apoyado en el respaldo, mientras se fumaba un cigarrillo. Sabía que lo observaba y se hacía el dormido. Sabía que en ese momento él lo deseaba con todo su cuerpo, que desearía estar comiéndole a besos en vez de estar fumándose ese cigarrillo. Lo sabía, y le encantaba saberlo. Por eso se movía, lentamente, para que su cuerpo, ligero, fino, le impidiese mirar hacia otro lado. Quería que no lo dejase de mirar jamás.
Pero entonces, por alguna razón, él estrelló el cigarro en aquel cenicero improvisado y levantándose de la silla, se marchó. Su cerebro se instaló en la irracional idea de que el no volvería, y su cuerpo no pudo contenerse.Se formó así, dentro de si, un núcleo severo, que le fue corroyendo como el ácido. Sintió ganas de desgarrar el mundo a pedazos, mordiendo la fina capa que separa las expectativas de la realidad. El corazón se le paró, a la espera de escuchar el gemido del pomo al moverse. Y llorando, reprimió un grito mordiendo la almohada mojada, mientras el núcleo de lo irracional le gritaba lo que no quiso entender mediante la razón: "¡Lo quieres! Tu también lo quieres"

"De vez en cuando, en los días de viento, bajaba hasta el lago, y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida."

Alessandro Baricco - Seda

lunes, 5 de septiembre de 2011

El puto jorobado.

Las puertas del cielo se abren, suenan trompetas desde los mas hondo, y un pobrecito jorobado se empeña en hacer replicar las campanas. Todo serán sonrisas, abrazos y alegres felicitaciones. Y me creeré que vivo en una de esas estúpidas canciones de amor que tanto me gusta escuchar cuando me dejo perder entre los pliegues de mis sábanas.

¡Oh! Que bella es la vida en esos gloriosos momentos de irrealidad. Todo está tan claro, tan lúcido, que por unos instantes creo saber que al final del camino hay una luz de esperanza. Empezaré a caminar, recto, y rebosará la prosa que sabe más que yo, y el verbo que cabalga invertido, me llevarán hacia la infinita ilógica del momento preciso en el que no pase nada. Absolutamente nada. Los arcángeles estupefactos, dejarán de hacer sonar sus celestiales trompetas, y se preguntarán que ha pasado. Y yo les contestaré rabioso ¡NADA!¡Absolutamente nada!

Retornaré al mutismo incómodo de mi existencia, donde se hacen largas las noches y el frio atenaza. Volveré a la desesperanza del que nunca ha mirado al frente con valentía. Frecuentaré otra vez los juegos de miradas vacuas frente al espejo, y a soñar que dormimos, tu yo, juntos. Me instalaré, en fin,  en el insoportable nihilismo del que cree que algo tiene que suceder, pero que no quiere comprender el qué. Lo se, se que será así. Y no dejarás nada tuyo en mi, absolutamente nada.

Pero ahí seguirá el puto jorobado, con sus dings y sus dongs. Tan caprichoso siempre, haciendo lo que le place. Tocando las campanas hasta que no queden ya fuerzas, ni a él ni a mi. Con su ding y su dong. Hasta que nada tenga ya sentido o hasta que le sangren las manos, hasta incluso después de que todos hayan ya olvidado porque había que abrir las puertas del cielo. Y entonces, cuando en la mano muerta del jorobado solo quede sudor, se instalará un silencio abrumador, una arcada, y el eco lejano de los dingdongs serán el coro del último disparo errado al aire. Pero no se oirá nada, absolutamente nada.


P.D. Oigan, y un poco de optimismo no le viene mal a esto. Y que mejor que un poco del sonido efervescente de La Casa Azul.