sábado, 25 de enero de 2014

Aquel entonces

Por la mañana, temprano, la ciudad se rompe. Los edificios son escamas sinuosas, translucidas que levantan sus dedos de hormigón, en un ejercicio lento y magnífico, como un gigante al levantarse tras caer por un acantilado. Las calles, aún rociadas por el alba, están vacías. Y aquí estoy yo, viendo crecer el día,  viendo la ciudad alzarse, aprendiendo los secretos arcanos que las mañanas encierran. 

Así que voy andando, y mientras imagino gigantes y montañas, pienso en por qué todo nos va mal. No hay misticismo, no hay belleza, más allá de lo que unos ojos ciegos se empeñan en imaginar. Nunca debió ser la vida un ejercicio de poesía, pues allí donde acampa el verso, muere la prosa infatigable del día a día. La verdadera belleza, la gran belleza, no se trata de quejidos en la noche, de campanas repicando, de los rayos brillando. Las raíces son importantes, pienso. Lo que nos une a la tierra, es el asfalto, no la niebla de la madrugada.  

Deberíamos escribir odas al asfalto, o al olor de la hierba recién segada. Pero no hay magia detrás de todo ello. Tan solo el sudor de los que esta mañana conmigo danzan. La ciudad no se levanta, se construye. No quedan magos en Oz. Así que me doy cuenta de que deberíamos aprender a castrar la hipérbole, a invertir la metáfora. Decir, eres tan grande como las estrellas. No más grande que las estrellas. Tu no eres más grande que una estrella, ni yo, jamás lo seremos. Ni si quiera somos tan grandes como las estrellas, pero dejaremos un refugio a los soñadores. 

Dejemos a un lado la poesía, ya habrá tiempo para ello. Pues hoy, que tan sólo veo lunas rotas a mi alrededor, me doy cuenta de lo perdido que he estado. El laberinto de grandilocuencias, la espiral insensata de emociones y manifiestos, la búsqueda infatigable del último suspiro del verso con el que un trovador anunciaría el juicio final. Todo ello una estupidez, un sinsentido retorcido, que no me dejó ver que la mano que me agarraba mientras andaba por las calles era más importante. Y ahora que parece todo perdido, ahora que escribo entre lágrimas, me pregunto por qué no vi entonces lo que veo ahora. 

Quédate a mi lado, déjame enseñarte que soy capaz de cultivar, de construir, de vivir en la incómoda belleza prosaica de la vida real. Nuestras vidas no se alzan, se construyen, por fin lo he entendido. 

-Ziggy Stardust nos salvará - te digo. 
-Sabes que no vendrá - me contestas lapidario.