Son las 12:30 de la mañana. Un susurro de aire fresco recorre mi espalda. Suspiro. La ciudad parece dormida, en silencio. Las sombras de los árboles esconden nudos por descubrir, y entre las hojas riela un sol taciturno. Me gustaría sentarme a descansar, en un banco, y ver como el mundo fluye. Todo está en calma, nada se mueve, pero todo está en marcha.
Hace frío, y yo me quito la chaqueta. Quiero sentir su abrazo, y que me penetre, para que anide, dentro, en mi anatomía ósea. Así conseguiré echar los restos de calor de mi cuerpo. El calor que me confunde y me descoloca. Ese que calor que detesto, que me convierte en un ser irracional, en víctima de mis propios crímenes.
Necesito este frío. Me estabiliza. Siento como me voy congelando, pegándome, sin darme cuenta, al cemento. Ahora, esta ciudad de piedra y daga se vuelve amable, conocida, manejable. Los edificios se desmoronan para construir otros mejores. Otros que no zozobren con el viento.
Recorro un mundo en calma, que gravita involuntario a mi alrededor. Los zumbidos de la carretera se vuelven armoniosos. No hay ruido, y si lo hay no importa, porque veo, reflejado en los ojos cansados de un anciano, una verdad translúcida. Lo esencial no es invisible a los ojos. Está en los ojos, en tus ojos. Tu mirada, que no me hace falta ver para contemplar.
En el reloj ya no hay huecos.
12:30 de la mañana.
Sonrío y pienso, otoño, al fin.
12:30 de la mañana.
Sonrío y pienso, otoño, al fin.
"Y volvió hacia el zorro:
-Adiós -dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien
sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de
acordarse.
-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el principito, a fin de
acordarse.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes
olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres
responsable de tu rosa...
-Soy responsable de mi rosa... -repitió el principito, a fin de
acordarse."
El Principito - Antoine de Saint-Exupéry